Museos de Colima, cerrados de lunes a nunca

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¿Te acuerdas del Museo de las Culturas de Occidente Ma. Ahumada de Gomez? Ese espacio en el centro, donde podías mirar piezas arqueológicas, por un momento entender quiénes somos. Hoy está cerrado. No remodelado. No en transición. Cerrado y callado. Y no está solo. En menos de tres años, seis museos del Gobierno del Estado han permanecido cerrados sin una explicación clara ni un plan público para su reactivación. La Subsecretaría de Cultura, ahora subordinada a la SEP y dirigida por Emiliano Zizumbo, no solo perdió autonomía: perdió rumbo.

Lo grave es que no fue por falta de recursos. Recibieron más presupuesto. Lo que faltó fue voluntad, visión y estructura. Porque cuando tienes dinero y cierras espacios, no estás administrando crisis. Estás abandonando. El discurso de transformación se queda corto cuando el resultado es demolición silenciosa: museos cerrados, acervos en pausa, vitrinas vacías. Y mientras eso pasa, seguimos viendo fotos de reuniones, promesas recicladas y una narrativa que insiste en culpar al pasado.

Desde mi trinchera, claro que entiendo a Zizumbo. Entiendo la noble y titánica tarea que implica sostener una agenda museística, un proyecto de mediación, una red de recintos con recursos humanos limitados, equipos tecnológicos parciales y estructuras físicas que muchas veces exigen más de lo que pueden dar. Lo entiendo de verdad. Pero lo que no se vale es seguir culpando a las administraciones anteriores como si fueran fantasmas que todavía mueven las llaves. Uno no puede andar diciendo que está al mando si no tiene las riendas de los caballos en la mano.

Y si no se puede, que lo diga. Que insista. Que exija. Es de humanos ser humildes. Lo que no es aceptable es el cinismo. Ni el abandono. Ni la propaganda hueca disfrazada de política cultural.

Mientras eso ocurre, la Universidad de Colima —con menos reflectores y sin el aparato mediático— sigue sosteniendo su red de museos: la Pinacoteca, el Pomar, el Rangel, el Del Paso, el del Volcán, el Rancho El Peregrino. Lugares que siguen vivos casi por inercia y por pocas personas que saben que la cultura no se sostiene con discursos, sino con trabajo, paciencia y responsabilidad.

Así que no, no me sorprende lo que pasa. Lo que salta es que todavía intenten vestirlo de proyecto. Porque esto no es una transformación.

¿Y qué tanto nos vamos a tardar en decir que esto no es izquierda ni cultura: es abandono puro y llano?

¿Entonces no están cerrados? ¿Están “en proceso”?

Esta semana, Emiliano Zizumbo respondió en redes a la crítica sobre los museos desaparecidos en Colima. No lo hizo desde un espacio oficial. Lo hizo desde su cuenta personal, con el mismo tono defensivo y despectivo que ya es característico de su gestión. Acusó a medios y ciudadanos de “infodemia”, aseguró que “la oposición” fabrica noticias falsas, y se escudó en una serie de tecnicismos para justificar lo evidente: los museos están cerrados.

No importa si las colecciones “están en resguardo” o si los espacios ahora “forman parte de otras instituciones.” Lo que importa es que no están abiertos al público. No funcionan como museos. No generan actividades. No cumplen su función social. Y eso lo sabemos quienes caminamos esas calles y encontramos puertas cerradas donde antes había historia.

Dice Zizumbo que el Museo Griselda Álvarez fue desmantelado en el sexenio anterior. ¿Y entonces? ¿Qué hizo su gestión desde 2021 hasta hoy para reactivarlo? ¿Dónde están las politicas artísticas? ¿Dónde está el diálogo con la comunidad cultural? No se trata de echar culpas hacia atrás. Se trata de asumir responsabilidades presentes.

Dice también que las piezas están resguardadas, que hay trámites en proceso, que los espacios “ahora son parte de…” o “están en revisión”. Pero esa es justo la crítica: desmantelar sin transparencia, sin participación ciudadana, sin voluntad de reconstruir con la comunidad.

Un museo no es solo su edificio ni sus vitrinas. Es el derecho de las personas a encontrarse con su historia. A tocar el tiempo a través de los objetos. A ver, a preguntar, a habitar.

La diferencia es clara: hay quien promete transformación y mantiene ruinas. Y hay quien trabaja en silencio para que la cultura siga respirando.

fragility museum

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