En Oaxaca, la calle no es solo tránsito. Es territorio artístico.
Años después de la muerte de Francisco Toledo, el centro sigue hablando con imágenes. No desde los muros blancos de las galerías, sino desde las paredes ásperas de los barrios, donde el arte se empasta en la cal, se sujeta con engrudo y dialoga con el polvo, el sol y el paso del tiempo. En cada esquina, una figura nueva. Algunas gritan. Otras observan.
En la intersección entre Ignacio Allende y Macedonio Alcalá encontré una de esas presencias. No fue parte de una exposición ni tenía cédula oficial, pero era, sin duda, una pieza. Pegada con precisión sobre un muro rojo, una figura humanoide con machete, sombrero en mano y botas, pero con la cabeza sustituida por una máscara fantástica. Orejas de animal, ojos vacíos, dientes afilados. Un personaje imposible, pero familiar.

No se trata de un disfraz ni de humor. Es una advertencia. Una memoria gráfica incrustada en el espacio público.
Semióticamente, la imagen opera como umbral. El cuerpo representa lo cotidiano: un campesino, quizá un jornalero, alguien del mundo real. Pero la cabeza enmascarada lo lleva a otro plano: el ritual, el mito, el imaginario. Esta fusión resquebraja la lógica visual del espectador. Lo familiar se vuelve extraño. Barthes hablaría de un “punctum”, un elemento que te atraviesa. Aquí, ese “punctum” es la mirada vacía que devuelve desde una criatura imposible.
La técnica del paste-up y el estilo gráfico del grabado conectan con las tradiciones del taller de artes gráficas en Oaxaca, impulsadas por colectivos como ASARO (Asamblea de Artistas Revolucionarios de Oaxaca) o el Taller de Gráfica Popular. Como señala Néstor García Canclini, el arte urbano no solo interviene el espacio, también “reconfigura lo visible”, ampliando los márgenes de lo que consideramos cultura legítima.
El personaje se inscribe en una genealogía iconográfica donde conviven el Nahual, el Diablo de las danzas tradicionales y los espectros de la violencia. Puede ser todos a la vez. Puede ser ninguno. Y aún así, ahí está, armado y enmascarado, mirándote. No pide permiso. No quiere ser interpretado. Pero exige ser visto.
Este tipo de obra no adorna. Habita. Irrumpe. Cuestiona.
Y eso también es museo.
Este año, el Día Internacional de los Museos 2025 propone un lema urgente: “El futuro de los museos en comunidades en constante cambio”. No se trata solo de repensar las salas de exhibición o las colecciones institucionales, sino de reconocer que la cultura vive también en los márgenes, en los muros callejeros, en los espacios abiertos donde las comunidades producen sus propios relatos visuales. Oaxaca lo encarna con claridad. En sus esquinas, los discursos brotan sin permiso, curados colectivamente por artistas anónimos, habitantes atentos y visitantes que no solo miran, sino que leen el espacio como si fuera un lienzo expandido
¿Y tú, qué viste la última vez que pasaste por una esquina y no miraste?
Referencias:
- García Canclini, N. (1999). La globalización imaginada. Paidós. Rodríguez, E. (2013).
- Grabado y resistencia: los talleres comunitarios en Oaxaca. Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
- Dávila, S. (2020). “El arte que se pega en las calles de Oaxaca.” Revista de Arte y Espacio Público, 5(2), 33–48.

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