No todos los museos tienen vitrinas.
Algunos cuelgan en la sala, al lado del reloj de péndulo. Otros están sobre el buró, entre el rosario y una figurita de porcelana. Son museos curados sin saberlo. Museos del afecto. Ahí donde una fotografía dice más que cualquier cédula oficial. Una de esas me acompaña. Y a veces, pareciera que también me interroga.

La foto es de la familia de mi bisabuela. Sayula, Jalisco. Blanco y negro. Una fila de niños, algunos sentados, otros de pie. Al fondo, una pared de adobe. La ropa clara, el gesto serio. Es el tipo de imagen que, si no la miras con cuidado, solo parece antigua. Pero si te detienes, te habla.
“Aquí estamos. No sabíamos que posaríamos para ti. Pero alguien nos enmarcó para que no olvidaras de dónde vienes.”
El rostro del niño al centro tiene una mirada firme. Sostiene al bebé con seguridad, como si fuera mayor. A la izquierda, una niña baja la mirada. Al fondo, una joven sostiene su dignidad con la espalda recta. Hay algo familiar en sus gestos, pero también algo que no encaja del todo con lo que nos enseñaron como “mexicano”.
Ahí es donde aparece lo que casi nadie dice.
Los rostros no solo son mestizos. También tienen algo más. Ojos rasgados, pómulos altos, mandíbula amplia. Son rasgos que uno no esperaría ver en un pueblo del interior de Jalisco. Pero están ahí. Porque también somos eso. También venimos de allá.
Durante más de dos siglos, Filipinas y México compartieron historia a través del Galeón de Manila. Desde Acapulco, cientos de personas llegaron y se quedaron. Algunos en la costa, otros tierra adentro. Se mezclaron, trabajaron, criaron familias. Y en Sayula, eso también pasó.
La historia no está solo en los monumentos. Está en los rostros que heredamos. En los gestos que repetimos sin saber de dónde vienen. Y en fotografías como esta, que parecen mudas pero guardan siglos.
Entonces, ¿qué es un museo?
Este año, el Día Internacional de los Museos habla del “futuro de los museos en comunidades en constante cambio”. Tal vez ese futuro no está en una nueva sala de exhibición. Tal vez está en reconocer que la memoria también se cuelga en casas humildes. Que las tías que conservan fotos enmarcadas son curadoras. Que las abuelas que cuentan la misma anécdota cada Navidad están transmitiendo patrimonio.
Y que hay que escucharlas mientras siguen aquí.
¿Qué podemos hacer con eso?
- Abre esa caja de fotos.
- Elige una.
- Pregunta quiénes están ahí.
- Escribe lo que recuerdas.
- Enmárcala.
No para decorar, sino para no olvidar.
¿Qué historia de tu familia está colgada en la pared esperando que alguien la lea como parte de lo que realmente eres

Dejar un comentario